En “Amoris Laetitia”, el Papa muestra cómo las familias pueden ayudar a transformar el mundo.
“La familia vive su espiritualidad propia siendo al mismo tiempo una iglesia doméstica y una célula vital para transformar el mundo”.
Pero, es difícil saber cómo las familias, con tantos problemas y dificultades, pueden ser una iglesia doméstica además de una célula básica para transformar el mundo. Porque, ¿cómo pueden las familias cambiar el mundo si los niños ni siquiera son capaces de dejar en orden lo que usan?
A pesar de que las familias son una gran fuente de cariño y gentileza, si somos honestos, también son fuente de discusiones, caídas, peleas, berrinches, rabias, enfados y lágrimas. Muchas, muchas, muchas lágrimas.
El Papa nos recuerda que las familias no caen del Cielo ya perfectamente formadas. Al contrario, necesitan crecer y madurar en amor constantemente. Son el primer lugar donde aprendemos a amar, así como el primer lugar donde recibimos amor.
También, son el lugar donde aprendemos a perdonar y a reconciliarnos, aunque un momento antes nos hayan dicho duras palabras. En las familias maduramos como individuos y aprendemos los valores esenciales de la comunidad. Es el lugar donde se forja el amor, a través de las luchas y pruebas de la vida real.
Y, en el corazón de la vida familiar, se encuentra el sacramento del matrimonio, que no es una mera convención social o un ritual vacío, es una vocación a ser testigo de Dios en el mundo.
En el matrimonio se nutre la alegría del amor, lo que hace que el corazón se ensanche, un amor que continúa creciendo en medio de las inevitables alegrías y luchas de la vida.
Las parejas casadas que experimentan el poder del amor saben que ese amor nos llama a salir pues los frutos del matrimonio están para ayudar a otros.
Las familias no son un refugio de la sociedad, sino un lugar donde aprendemos la experiencia del bien común. Y cuando la familia recibe a otros y extiende una mano, se convierte en símbolo de iglesia doméstica donde ve a todos como hermanos y hermanas,
Las familias pueden proclamar el Evangelio cuidando a los pobres, protegiendo la creación y a los niños no nacidos, acompañando a otras familias, incluidas las más necesitadas, y transformando las estructuras sociales injustas.
Así que, la próxima vez que miremos a las familias, con todas sus lógicas imperfecciones, recordemos que son también el lugar donde aprendemos los valores cívicos que mantienen en pie a nuestra sociedad y unido al mundo