En “Amoris Laetitia”, el Papa advierte sobre los peligros del consumismo en la vida de familia.
“En la sociedad del consumo el sentido estético se empobrece, y así se apaga la alegría. Todo está para ser comprado, poseído o consumido; también las personas”.
Para las familias que viven en una sociedad de consumo es casi imposible no verse envueltos en sus promesas y sus mensajes. ¿Son realmente dañinos? Y si lo son, ¿afectan el modo de tratar a los demás?
En cualquier caso, todos somos consumidores, todos necesitamos comprar. Nuestro gasto da trabajo a otros, y comprar puede ser una gran actividad para la familia, un modo maravilloso de hacer algo todos juntos.
Pero pensemos que cada día nos impactan, literalmente, cientos de mensajes de marketing, para convencernos de que lo que tenemos no es suficiente, de que de alguna manera estamos incompletos. Juegan con nuestros deseos básicos, nos prometen que podemos ser más felices si compramos sus productos o servicios.
Da igual cuánto tengamos, siempre necesitaremos algo más. Que lo que tenemos sea más grande, inteligente o llamativo. Como resultado, terminamos comprando más y más, consumiendo más allá de nuestras necesidades.
Y entre esos mensajes invasivos, hay escondida una propuesta, un modelo de vida, un ideal de familia perfecta donde nadie envejece o se enferma. Una fantasía que no tiene nada que ver con la realidad que afrontan las familias cada día, en las que madura el verdadero amor.
El Papa avisa de que la mayor amenaza son esos valores que promueve el consumismo, porque debilitan las virtudes que aprendemos en la familia. Fomentan que nos centremos en nuestras metas y necesidades, y crean un individualismo que puede dañar a uno mismo, a la familia y a la sociedad. Cuando nos volvemos incapaces de ver más allá nuestros deseos y necesidades, creamos pequeños entornos seguros donde los demás son considerados una molestia o amenaza.
Nos veremos amenazados por cualquier cosa que ponga en peligro nuestras libertades y estilos de vida. El matrimonio, un compromiso para toda la vida, puede convertirse en miedo real a estar atrapado en una relación, especialmente cuando parece que se interpone ante nuestras propias metas. El consumismo puede incluso desalentar a familias de tener hijos, simplemente para mantener un alto estilo de vida.
El consumismo impulsa una cultura de “usar y tirar”. Todo es desechable. También nuestras relaciones. Ancianos, vulnerables, personas con adicciones, son vistas como un peso y un desafío. Esas relaciones difíciles que nos ayudan a crecer y madurar son dejadas de lado.
El Papa Francisco nos avisa de que cuando creemos en las falsas promesas del consumismo, y nos centramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a una existencia sin alegría.
Busquemos la verdadera alegría del amor desbordante que tiende una mano a los demás. Hay que entusiasmarse y celebrar lo que se tiene, en lugar de querer más y más. Busquemos el verdadero cariño de otros, un signo de amor libre del egoísmo. Porque con la apertura de corazón entramos en un encuentro pleno con el Señor.