En “Amoris laetitia”, el Papa reflexiona sobre la familia y la Santísima Trinidad.
Dice que “la Trinidad es Padre, Hijo y Espíritu de amor. El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente”.
Entonces, ¿cómo pueden nuestras familias, con todas sus imperfecciones y desafíos, ser un vivo reflejo de la Trinidad? El Papa Francisco reconoce que las familias no caen del Cielo ya completamente formadas, sino que para conseguirlo deben atravesar cada día muchos problemas y retos diarios.
Así que, ¿cómo pueden las familias ser un reflejo de la Santísima Trinidad? Pensemos en Dios un poco más.
A veces, cuando tratamos de comprender cómo Dios puede ser tres y uno al mismo tiempo, nuestro razonamiento tiende a mirar a la Trinidad como un problema matemático.
Otras puede parecer que la Trinidad es un misterio total que sólo puede expresarse a través de figuras abstractas y símbolos. Pero, como el Papa Francisco recuerda, Dios no es un conjunto de ideas abstractas. Dios – Padre, Hijo y Espíritu Santo – es una comunidad de amor, en la que cada uno ama al otro de un modo perfectamente entregado y acogido. Este flujo de amor de la Trinidad que da vida ha sido descrito como una danza divina.
Como hemos sido creados a imagen de Dios, podemos participar en esta danza, estamos hechos para amar y ser amados. El sueño de Dios para nuestra familia es que reflejemos esta danza con el amor que damos y recibimos.
Pero es evidente que vivimos en un mundo real con retos diarios que ponen a prueba el círculo familiar. Por eso, si permanecemos en este flujo del amor a pesar de los obstáculos, la familia puede incluso fortalecerse con estos problemas diarios.
Cuando el flujo de amor se interrumpe, cuando no nos perdonamos, las relaciones pueden desmoronarse rápidamente y la familia comienza a desintegrarse. Esto puede pasar incluso con los pequeños detalles.
Por eso el Papa nos enseña que para encontrar la alegría del amor necesitamos reavivar la sencilla práctica de perdonar y dejar pasar.
Si conseguimos hacer las paces al final día, aunque sea con un pequeño gesto o una caricia, la armonía familiar se restaura y el círculo del amor se activa de nuevo.
Este es el motivo por el que, a pesar de nuestra miseria, la familia puede ser el vivo reflejo de la Trinidad.